Dulce clavado
Cargando con su sólida rigidez comprimida, el cubo de azúcar trepó uno a uno los peldaños del escepticismo; hasta su extremo. Y allí, sobre el vulnerable trampolín de la nada, se detuvo.
Respiró recortando la resignación y observó como la mirada glotona y repetida de una señora vieja y aburrida lo elegía.
De frente y al vacío saltó.
Abajo, la taza amarga de la espera añora y tres vainillas condenadas a una muerte lenta se cubren los ojos por espanto.
Milésima de segundos y ocurrió. Sin técnica en su estilo y adrede, su imperfección cobró venganza y salpicó.
Y aunque el café se endulzó con su propio sacrificio, la oscura mancha de la herejía aún perdura, sobre el caro mantel de organdí de la Señora.
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