El ojo voraz del abandono la eligió su presa y le apuntó.
Sigiloso, lento y en un helado silencio dio el golpe perfecto y mortal de su mordida.
Devoró sus carnes hasta abrirla en huecos y en su hociqueo hambriento tragó sus viseras, hasta vaciarla de calor.
Rasgó sus carnes hasta los huesos y satisfecho se fue.
El tiempo, oportuno carroñero, aún lame sus restos… ...su osamenta.
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